viernes, 5 de marzo de 2021

El mal ajeno


Me sorprende el comienzo del año reflexionando sobre un asunto que me ha intranquilizado por desconcertante. Una pregunta me ronda y da vueltas dentro de mi cabeza sin que pueda despegarme de ella. ¿Por qué la mayoría de las personas se alegran del mal ajeno? ¿Qué réditos perciben de esa satisfacción generada por la desgracia del otro?

No aparece gratuitamente esta pregunta en mi cabeza, ni me ronda por casualidad. Simplemente he escuchado a alguien muy cercano a mí alegrarse de las desgracias que le sucedían a un pariente desaparecido hace algunos años y que ha recurrido a ellos en estos días de soledades y lejanías para acercarse, más que nada para poder contarles su desamparo, sus heridas, sus desconsuelos.

Yo admito, hasta ahí llego, que sí alguien nos abandonó, o nos abandonamos mutuamente porque no existía entendimiento. Si alguna de estas personas que no han querido saber nada de nosotros durante años hace acto de presencia para que le sirvamos de paño de lágrimas, o como confidente porque ningún otro oído presta atención a sus palabras. Si alguien se ha arrinconado y se ha convertido en una isla. Cuando decide aparecer unilateralmente, comprendo, que no es preciso atenderla. Incluso se puede inventar una excusa para colgar y seguir en la posición anterior sin deterioro de la tranquilidad espiritual que nos ha acompañado durante el tiempo que no ha existido en nuestras vidas.

Esto suele pasar con la familia, a veces. Hermanos, hijos, padres, que por no escogidos no tienen por qué congeniar y convertirse en compañeros de vida. En el momento que la causa familiar de convivencia desaparece, cada uno toma su rumbo y los caminos se dispersan.

Más difícil es concebir que se atienda la llamada, se oigan las tribulaciones por las cuales está pasando esa persona, quizás con lazos de sangre, esos que no marcan ni determinan pero que dejan huella en nuestras vidas. Como digo, si alguien presta oídos, responde y acepta las confidencias, después, está en todo su derecho de seguir indiferente al reclamo que lanzan ahora por conveniencia.

Mi desconcierto es, cuando, además, se produce un sentimiento de alegría por el mal ajeno. Alegrarse del mal ajeno, algo que no entra en mi manera de pensar-sentir-ser. Jamás he tenido ese sentimiento tan miserable. ¿Cómo es posible nutrir la alegría de uno con el dolor de otro? ¿Cómo se puede basar la satisfacción propia en las desdichas ajenas?

Después de la perplejidad sólo me ha quedado una sensación de vergüenza mezclado con el desencanto que resta puntos al saldo de los valores humanos en general y a la persona que me ha contado la anécdota riendo satisfecha, en particular.

Cada jornada se aprenden insólitas lecciones que invariablemente, si sabemos descubrirlo, aportan mayor conocimiento y nuevas herramientas para enfrentarnos a la extraordinaria y contradictoria aventura de vivir.

 


2 comentarios:

  1. Todos tenemos lo mejor y lo peor dentro. Deberíamos actuar como quisiéramos que actuaran con nosotros.

    Un abrazo.

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    1. Esa ha sido siempre mi filosofía, José Antonio, no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti.
      Gracias por estar.
      Un abrazo

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