sábado, 18 de marzo de 2017

Un cuento de antaño

   
            


           - Doña Rosa, no se puede usted imaginar lo que me ha contado Don Francisco, el del 4º exterior.

          - Pues no Casilda, si no me da usted una pista, no tengo la más mínima idea de lo que le ha dicho el tal señor que no tengo el gusto de conocer.

         - Pero ¿cómo me dice usted que no le conoce? Es el ingeniero, el que vive solo porque la mujer le abandonó un buen o mal día. Vaya usted a saber si es bueno o malo. El caso es que ella se fue llevándose al único hijo y no la hemos vuelto a ver más. Él desde entonces vive a su aire, que yo por las noches o de amanecida veo entrar y salir cada pelandusca de su casa… que ya ya. Y es que tan señor que parece, con su buena educación de sombrero todos los días. Quién lo iba a pensar, pero así es, hágame usted caso.

         - Casilda por Dios, quieres usted parar de decirme cosas de Paquito, que ya sé quién es, si le conozco de toda la vida y dígame de una vez qué es lo que le ha contado.

          - Ni más ni menos me ha dicho que estando el otro día en el extranjero, si le conoce usted como dice ya sabrá que es un señor muy viajado y leído.

            - Sí, lo sé. Siga usted de una vez, que nos van a dar las uvas y yo tengo que hacer unos recados urgentes.

           - Pues eso, que estando en el extranjero en uno de esos países de Europa, vio que había gente tirada en el suelo y que los demás pasaban a su lado sin mirar, bueno, mirando lo justo para evitar tropezar con ellos. Y que nadie hacía nada por auxiliarles.

           - ¿Qué me dice usted? Eso es imposible de creer. ¿Cómo va a estar un ser humano tirado en el suelo y nadie le va a ayudar a levantarse si se ha caído, o preguntarle si necesita algo, o llamar a un médico? Eso es una invención, yo no me lo creo.

      - ¿Usted se figura salir a pasear por nuestro barrio y ver una criatura en esas condiciones y que no hubiera un alma caritativa que le preguntara qué le pasa?

      - Tiene usted muchísima razón, que el otro día mismo vi a Manuel, el sereno, tratando de recoger al borracho que todas las noches se tumba en el portal para llevarle a la Casa de Socorro, por lo visto se había hecho una brecha en la cabeza y como él solo no podía, llamó a un par de inquilinos que llegaban del trabajo, y allí se fueron los tres. Que hasta que no le dejaron en lugar seguro, no pararon.

         - ¡Quiá! Eso son cosas del extranjero, Doña Rosa, aquí en nuestra España eso no va a pasar nunca. Anda que no somos nosotros gente de buena ley, Mire usted, mucho dinero no tendremos, pero a generosos no nos gana nadie y si hay que repartir la olla y sacarle otro plato, se saca y todos tan contentos.

       - Es verdad ¡Qué suerte tenemos de no haber nacido en el extranjero! ¡Ay, Dios mío! está dando la media en la iglesia y yo todavía de palique. Me voy que tengo que preparar la cena. Y no se lo repito, si le apetece acompañarnos… donde comen tres, comen cuatro.

       - Muchas gracias, que sé que es de corazón, pero esta noche tengo a mi Antonio que viene a hacerme un ratito de compañía, ya le dije que se van turnando cada día para no dejarme sola. Estaban empeñados en que me fuera a vivir con uno de ellos, pero ya lo dice el refrán: El casado casa quiere y yo así estoy requetebién que bastantes años he tenido que hacer lo que otros me mandaban que El buey suelto bien se lame como decía mi madre, y que razón tenía...

      - La dejo que no puedo entretenerme ni un minuto más. Lo dicho, mañana nos vemos

    - Hasta mañana pues, Doña Rosa y… ¿sabe lo que le digo? que a mí lo que le ha contado Paquito, me parece que son cuentos.