miércoles, 22 de junio de 2016

El ajuar




Germán se para en el comedor y gira mirando en torno a él asombrado por todo lo que posee. Ha trabajado duro. Cierto es que nadie le ha regalado nada. Pero realmente le sorprende tener tantas cosas.

Su ajuar comenzó con dos cubiertos. Dos cucharas, dos tenedores y dos cuchillos. Ése fue el principio. Nunca había poseído nada suyo a excepción de sus objetos personales. Su ropa, el plumier, libros de estudio, cuadernos, algún que otro juguete. Por no tener ni siquiera tuvo cuarto propio. Ser el menor acarreaba esas diferencias. También tenía sus ventajas. Aunque no fueran suyos, disfrutaba de los comics, tebeos y música que había en abundancia, junto a una buena y diversa biblioteca. Tan diversa como los gustos de cada uno de los habitantes de la casa.

Con sus primeros sueldos, ganados a temprana edad, adquirió sus propios libros pagados a plazos. Por Reyes le regalaron un diario en el cual comenzó a anotar sus grandes y pequeñas aventuras.

Cuando Elena y él decidieron vivir juntos vino el problema. Montar una casa con todo lo que eso conlleva no era fácil. Con ayuda de los padres se aprovisionaron de ropas, manteles, sabanas, toallas y muebles. Algunos comprados, los más cedidos por familiares simpatizantes con su causa.

De esta manera armaron su humilde hogar. Incluso con algún electrodoméstico tan imprescindible como la nevera.

La tele de 12 pulgadas les llegó, pasados unos meses, de manos de una tía que la tenía arrinconada en el cuarto de estar.

Más tarde todo siguió la evolución lógica, sus posesiones aumentaron con el paso de los años. Con la llegada de los hijos el hogar creció y con él sus pertenencias.

Les fueron invadiendo los libros que se contaban por cientos, se multiplicaron los discos y casetes, necesitaron aumentar las vajillas, fuentes, vasos, cacerolas, cuberterías, camas, lámparas, sillones, sillas y mesas poblaron la nueva casa acorde a sus nuevas necesidades.

¡Cuántas cosas ocupando el espacio! ¡Qué derroche de innecesarios cachivaches, adornos, cuadros...! Enseres y más enseres rellenaron suelos y tabiques

Al fin se completó la casa para desarrollar una vida feliz. O eso pensaba.

Fue entonces cuando comenzó el desdoblamiento, la huida, el embargo, la muerte, la escapada. El ritmo natural de la vida impuso su hacer.

Parte de las cosas se fueron con cada uno de ellos. Cada quién se llevó lo que pensaba que era suyo desgajando las ramas del tronco. Recogieron sus frutos para llenar los huecos de otros lugares, para cubrir otras paredes.

La historia se repetía. Los hijos comenzaban otra vida en otros emplazamientos.

En la actualidad se encuentra, danzante de silencios, con tantas cosas que no precisa…

Es tan poco lo que necesita para vivir… ¿Por qué la madriguera, la caverna, la cueva, se han transformado en un laberinto de cuartos y pasillos llenos de objetos?

En realidad todo sobra y todo falta. Lo esencial se pierde en el bosque del tengo.

¿Qué apoyo pretendemos extraer de las cosas materiales que nos rodean? -Se preguntaba- Con los años es más innecesaria su presencia.

De niño jugaba a los tenderos y ahora desocupado de obligaciones profesionales sigue jugando “Me pone ciento cincuenta gramos de…. Un cuarto de… Sí con eso es más que suficiente. Para mí solo me basta y sobra”- Y lo que eran ladrillos machacados para simular pimentón, hojas que hacían las veces de filetes o pescado, y guijarros por monedas, revolotean por su imaginación mientras espera pacientemente a ser atendido.

Tiene la sensación de seguir jugando en esta ensoñación volátil de las horas muertas. La percepción de que nada es suyo, ni tan siquiera el cuerpo que pasea su espíritu. Ni el presente, ni el mañana, ni el ayer, ni el ahora. Imágenes de un daguerrotipo que proyecta sobre la pared vidas ajenas.

La partida continúa. Ruedan los dados. Caen los peones y el jaque mate llega. Entonces sobra todo, incluso, el cuerpo que le contiene.

Germán lo sabe. De ahí el rechazo a la acumulación sin sentido, a la posesión sin alma de objetos muertos. De ahí su desconcierto.

Entre todos ellos, busca y coge la guitarra, la pulsa entre sus dedos y canta una canción. La música le envuelve y deja de pensar.