Monólogos
aislados. Oídos presos del propio yo que extraña el lenguaje ajeno. Cada cual,
a su rollo, en su centrífuga de vida y muerte, de sopor y desvelo.
Hablamos, en realidad, con nosotros mismos. Esperamos una respuesta, un eco, que, repitiendo las palabras multiplicadas en el vacío, nos transmita la aquiescencia del otro. Vértice sonoro abierto a nuestro mensaje.
Cada uno en su planeta. La sorpresa se manifiesta cuando escuchamos un alma común que oye y entiende, que aporta y siembra,
Todo lo demás son apoyos suaves que acogen nuestra cabeza, en espera, del terremoto lumínico que borre nuestras ausencias.