Me
pregunto en un interrogante ciego sin respuesta, el porqué de la distancia
abisal entre generaciones. Hace tiempo, unos cuantos años, leí una proclama de
Sócrates.
Ahondando
en el tema, supe que no era la única:
1)
“Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las
autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos
hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando una persona
anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos”.
La
primera la dijo Sócrates (470- 399 a.C.)
2)
“Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país si la juventud
de hoy toma mañana el poder, porque esa juventud es insoportable, desenfrenada,
simplemente horrible”.
La
segunda es de Hesíodo ( 720 a .C.)
3)
“Nuestro mundo llegó a su punto crítico. Los hijos ya no escuchan a sus padres.
El fin del mundo no puede estar muy lejos”
La
tercera la dijo un sacerdote del año (2.000 a.C.)
4)
”Esta juventud esta malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes
son malhechores y ociosos. Ellos jamás
serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener
nuestra cultura”
La
última estaba escrita en un vaso de arcilla descubierto en las ruinas de
Babilonia (Actual Bagdad) y con más de 4.000 años de existencia.
Esto
me lleva a la reflexión, de que a pesar de todos nuestros esfuerzos por
creernos únicos e irrepetibles, somos granos de arena en el desierto, tan
comunes unos a otros, tan previsibles en nuestros actos que es fácil
sustituirnos.
Durante
milenios, los jóvenes, orgullosos, desafían los convencionalismos de la época
en una clara confrontación con sus mayores y con el mundo que les ha tocado
vivir. Durante esos mismos milenios, los mayores los desprecian, descalifican y
tachan de inútiles, sin percatarse de que la historia se repite desde que el
hombre es hombre.
Se
suceden generaciones que reiteran esquemas, ignorantes de la similitud con las
anteriores. El mundo avanza, para mi es incuestionable y avanza para bien.
Hora
es ya de darnos cuenta de que formamos parte de un todo al cual contribuimos
con la simple existencia. Puede parecernos poco.
El
ser humano necesita sentir que aporta logros extraordinarios, necesita tener
sentido de individualidad, de trascendencia. Es incapaz de asumir que somos
eslabones de una cadena, que la Vida tiene sus propias leyes y sus propias
fuerzas, de las cuales, estamos excluidos en la forma y manera que nosotros
pretendemos. Somos útiles, ¡claro! ¡evidente! Tan útiles como cualquier
elemento que forme parte de este Planeta, tan importantes como cualquier
organismo que contribuya a la supervivencia.
Ése
es nuestro cometido, Queramos o no formamos parte de la cadena evolutiva. El
triunfo no es de los jóvenes o de los viejos, de una u otra generación, la que
triunfa de pleno es la Vida, que echa mano de todos los elementos a su alcance
para perpetuarse allá dónde y cómo pueda.
Dejemos
pues las luchas generacionales, fratricidas, absurdas, sordas. Nuestra
existencia tiene el único y extraordinario valor, de acrecentar en nuestra
nimiedad el ingente caudal de seres vivos que pueblan La Tierra y contribuir al
desarrollo y pervivencia de la Vida.
Nada
más y nada menos.