Sólo al oído del viento hay que susurrar con boca anónima las buenas noticias, para que las lleve en su lomo de niebla y sal, tan lejos, que a nadie inquiete o agite. Que no provoque, contra nosotros, la furia desatada de los cielos.
Sólo en la coraza del pecho hay que guardar los buenos momentos, la sonrisa limpia envuelta en celofán, para que no perturbe el agua dormida.
Sólo así podremos salir indemnes del ataque de los celos que anula verdades y quebranta sueños.
Sólo la discreción puede salvarnos de la feroz embestida, tras haber conseguido a ojos ajenos, fugaces Prometeos, el fuego de los dioses.