lunes, 16 de septiembre de 2013

Al finalizar el día


Cortesía de la Red

Era al finalizar el día cuando los cinco dejábamos atrás las tareas realizas. Las manos de mi madre, por fin, descansaban abiertas al mañana tras la ardua tarea de limpiar cocinar restregar amasar… junto con la más dulce de acariciar nuestras cabezas amortiguar nuestra preocupación en su pecho o darnos el beso que nos acompañaba durante toda la jornada escolar.

Me gustaba verla sentada a nuestro lado más pequeña aún su figura menuda hermanada en las sombras, la expresión atenta y el índice apoyado sobre sus labios marcándonos silencio.

-Shiss escuchar -nos decía susurrando con una media sonrisa cómplice.

La lamparita de noche única luz que se mantenía encendida acentuaba la magia del instante proyectando su tibia luz sobre los cuerpos arracimados, entrelazados unos con otros sobre la alfombra verde y roja de espirales concéntricas. Fusionados en la felicidad del encuentro diario con lo desconocido nos dejábamos caer inquietos en figuras imposibles contorsionando el cuerpo, enroscando los brazos, simulando, con los pulgares convertidos en guerreros, luchas imaginarias.

Todo ello nos ayudaba a entretener los minutos de espera en la minúscula habitación. La ventana asomada al patio vertía de vez en cuando en nuestros oídos una voz lejana o el sonido escandaloso de algún cacharro que caía con estrépito sobre la pila de fregar de la casa vecina.

Apenas se distinguía el Corazón de Jesús que presidía la cama. Los dibujos azulados de la pared simulaban a mis ojos personajes de leyenda. Aquí podía reconocer la cabeza de un oso. Más allá el yelmo de un caballero coronado por un penacho. Otros aparecían como animalillos pequeños escondidos en la maleza. Ora parecía un conejo saltarín o la frágil figura de un ciervo retozando en la espesura.

Lo más impresionante de todo eran las dos enormes y peludas figuras, que cual Yetis atrapados en la madera permanecían en permanente vigilia con los musculosos brazos caídos a lo largo del cuerpo y los pequeños ojos profundos y maliciosos observando desde las puertas macizas del armario todos nuestros movimientos al acecho del descuido que les permitiera tomar impulso y saltar ávidos sobre nosotros. Yo no podía retirar la mirada de ellos hipnotizada por los dos huecos blancos y redondos de sus ojos.

Por fin aparecía mi padre, solemne y magnífico, emboscado en el pequeño bigote recortado que ocultaba la sonrisa. El padre tenía que ser severo e inspirar respeto a propios y extraños, aunque la ternura se le muriera entre las manos y atenazara los silencios. El padre imponía el orden y administraba justicia aun a su pesar.

Pocos momentos le ofrecía la vida para volver a ser el muchacho simpático y saltarín que se bebía el viento de las siete revueltas cimbreando el cuerpo sobre su bicicleta a derecha e izquierda en el baile mágico del descenso, o que subía a las cumbres más altas de la Sierra del Guadarrama desafiando los elementos. Qué feliz atravesando canchales, trepando riscos, serpenteando por trochas intrincadas, sorteando arroyos, libre como un pájaro, feliz en su elemento…

Después muy serio nos imponía silencio e iniciaba por fin el gran ritual. Se dirigía al pequeño cajón de madera y giraba la rueda...  el pequeño clic anticipaba la suave luz que aparecía en la ventanita rectangular por donde se movía la aguja hasta que se ajustaba en el dial seleccionado.

Las ondas musicales tan conocidas del Parte de Radio Nacional de España inundaban la habitación. Ante el inicio de protesta de los niños el padre mandaba callar.

-Hay que escuchar las noticias y saber qué tiempo va a hacer el fin de semana.

No había negociación posible, la recompensa que venía detrás merecía la pena. Tras lo que a nosotros nos parecía una eternidad saltaban a las ondas los admirados personajes, que a través de nuestra imaginación y en la oscuridad, agigantaban su presencia cobrando vida en el pequeño cuarto en penumbra donde empezamos a tejer nuestros primeros sueños.

  

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