miércoles, 3 de julio de 2013

Tu mantilla

 

                                            

Si supieras que aún conservo la mantilla, aquella que un ocho de Julio de hace muchos años me ofreciste esperanzado, envuelta en papel de seda, la cara casi iluminada por una sonrisa tímida, la mano dubitativa, temblorosa. Me ofreciste el presente comprado con amor, no hay duda, ahora lo veo con claridad. Entonces, inconsciente, desenvolví el paquete entre risas y con un mohín irónico de medio enfado te pregunté:

- ¿Y esto tan largo qué es? -Un poco picado me respondiste muy serio  - Es una mantilla, para llevarte a los toros.

Todavía me quedé más desconcertada.

- ¿Una mantilla para ir a los toros?

- ¡Sí! y el año que viene te regalo la peineta. Me dijiste con orgullo y una miajita de vanidad posesiva.

Ya no supe qué decir salvo darte las gracias al mismo tiempo que depositaba un beso liviano como el aleteo de una mariposa sobre tu mejilla redonda y sonrosada, tú me sonreíste con ese aire angelical que siempre te acompañaba.

Era mi primera fiesta de cumpleaños ¡sin padres!, independiente, con amigos. ¡Incluidos los chicos! Eso sí mis hermanos también entraban en el lote. No sé por qué extraña razón ese hecho tranquilizaba a mis padres. No podían imaginar que mis mayores cómplices y mejores maestros en el arte de la vida en todos los terrenos eran mis supuestos guardianes.

Por primera vez organizaba un guateque estrenando catorce maravillosos años llenos de promesas y esperanzas. El aire caliente del Julio madrileño revolaba sobre las terrazas danzando con las sábanas blancas tendidas al sol. Del Retiro llegaba olor a parque y agua, a barquillos y desgana, a paseo y tierra recién regada. De vez en cuando se escuchaba el rugido de un león clamando por su tierra africana que en la caída de la tarde tenía el acento doliente y melancólico de la añoranza. Aullido, casi llanto que ponía un escalofrío en la piel.

No sé por qué hoy me has entrado derechito al desliar la mantilla que he conservado a través de años, mudanzas, cambios de casas, más de quince y en las cuales he ido desprendiéndome de prácticamente todo lo prescindible y más. Tu mantilla sin embargo la he guardado envuelta en el papel de seda. Cuando la veo aun escucho tu queja -Es una mantilla bordada a mano y el año que viene te regalo la peineta para llevarte a los toros.

No tuviste la oportunidad. En la fiesta rehuí tu presencia sin darme cuenta. Había chicos mayores mucho más interesantes que acapararon mi atención y yo disfrutaba bailando al son de la música con los ojos puestos en las estrellas.

No salí más contigo ni coincidimos en más fiestas, apenas te conocía, eras el amigo del hermano de una amiga. Ella de cuando en cuando me decía que le preguntabas por mí y yo te mandaba recuerdos. Quizás un día me llamaste y no estaba en casa, o no me dieron el recado, o dejaste de hacerlo hasta que tu presencia se fue diluyendo con el tiempo.

Un día de Septiembre en un cineclub del barrio ponían el Acorazado Potenkim, por entonces no me perdía una y el Acorazado mucho menos. La sala estaba atestada, casi no podíamos movernos. Me acerqué escurriéndome entre la gente hasta el chaval que controlaba la entrada. Le di con seguridad mi carnet de cine-clubista. A pesar de no tener la edad, por mi estatura y expresión pasaba por mayor sin ningún problema.

El recinto estaba bastante oscuro, separé la gruesa cortina de entrada al mismo tiempo que un muchacho rubio alto y fuerte la sujetaba para dejarme pasar. Cuando le miré a la cara para darle las gracias te reconocí en la ternura del semblante y en la media sonrisa tímida que me dedicaste junto al –Hola ¿no me recuerdas?

Buceé en tu mirada para hallarte, el resto era tan distinto, el color platino del pelo, la envergadura del cuerpo los ademanes tiernos y femeninos, me diste dos besos, me buscaste uno de los mejores asientos y te alejaste contoneándote por el pasillo hasta perderte en la marejadilla de expectantes cinéfilos. A la salida ya no estabas.

Hoy envuelta en la mantilla me ha llegado nítida tu memoria, tu amor, tu ternura, nuestro desconcierto. Con tu rostro han desfilado ante mí aquellos que me quisieron y yo no quise. Aquellos que quizás desprecié o herí sin ser consciente de ello. Los que me buscaron sin encontrarme. A los que alenté sin saberlo.

Fieles amores desgajados del telar de los besos, para todos vosotros va hoy mi homenaje y mi recuerdo, junto con la súplica de perdón porque no pude, aún a mi pesar, quereros.

 

  

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